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La Novia Equivocada Novela de Day Torres

Capítulo 111
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JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPÍTULO 32. ¡Por favor... despierta! “...la señorita King está

embarazada“. “...la señorita King está embarazada“.

“...la señorita King está embarazada“.

“...la señorita King está embarazada“.

“...la señorita King está embarazada“.

Aquella frase se repetía una y otra vez en la mente de Rex. No iba a preguntar “cómo” porque eso ya

lo sabía. Sophi se había hecho sacar el implante desde hacía un par de meses para darle el gusto a

Nathan de ser abuelo por fin, pero la verdad ninguno de los dos había esperado que pudiera

embarazarse tan pronto.

Rex sentía una opresión horrible en el pecho al saber que su mujer y el pequeño huevito que era su

bebé todavía estaban en peligro.

–¡Tiene que haber algo que podamos hacer! ¡Tiene que despertar!

El doctor suspiro mientras asentía.

– Tenemos que esperar, señor Lanning. Sophia parece una mujer fuerte y el bebé aún está creciendo

dentro de ella. Debemos tener paciencia y confiar en que todo saldrá bien.

Rex apretó los puños con fuerza, luchando contra las emociones que amenazaban con inundarlo por

completo. Apretó los dientes y trató de contener las lágrimas que ardían en sus ojos.

–¿Qué podemos hacer? – preguntó, intentando no perder la compostura–. ¡Tiene que haber algo...!

– Puedo dejarlos entrar por un momento a verla, luego solo una persona puede quedarse con ella,

espero que lo entiendan.

Todos asintieron y el médico los dejó pasar a la unidad de cuidados intensivos donde estaba Sophia.

Meli y Nathan entraron apresuradamente a la habitación, mirando aturdidos la figura inmóvil de Sophi

en la cama. Era una imagen que ninguno de los dos podía creer, pero luchaban por mantener la

esperanza en su corazón mientras se acercaban lentamente hacia ella.

A pesar del temor que sentían, como padres estaban decididos a hacer lo imposible por salvarlos a

ella y a su nieto. Los dos le hablaron como si ella pudiera escucharlos, pidiéndole que se recuperara

pronto y luego salieron para que Rex pudiera entrar.

Rex se acercó a Sophi y tomó su mano débilmente entre las suyas. La miró con tristeza, sintiendo un

profundo dolor en el corazón al verla tan frágil e indefensa.

–Sophi, muñequita... –susurro con voz temblorosa – ¿Cómo pudiste hacerme esto? Estoy tan

preocupado por ti y por nuestro bebé... ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para saber si estás

bien?

Después de unos momentos en silencio, Rex sintió que el llanto comenzaba a apoderarse de él. Con

lágrimas en los ojos, se inclinó hacia adelante para besar la frente de Sophia y susurrarle al oido:

— Te amo más que nada en el mundo, mi ballenita. No hay nada que no haría para que despertaras.

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Por favor, Sophi, abre los ojos. Por favor abre los ojos.

Mientras seguía sosteniendo su mano entre las suyas, Rex podía sentir el corazón de Sophia latiendo

pausadamente junto al suyo. A medida que las horas pasaban su desesperación iba creciendo.

Cada pocos minutos un médico entraba a revisarla y cada uno salía más preocupado por el hecho de

que ella no despertara todavía.

Rex apoyó la frente sobre su mano después de besarla y no dejó de hablarle ni un solo instante. No

hubo dios que lo moviera de allí en más de veinticuatro horas, pero cuando el doctor estaba a punto

de echarle una reprimenda para que al menos fuera a bañarse, Rex sintió que la pequeña mano de

Sophia se movía entre las suyas.

– ¡Sophi! –exclamó al ver que ella intentaba abrir los ojos.

A medida que sus párpados comenzaban a moverse, Rex se sintió inundado por un torrente de

emociones.

–¡Despierta, mi amor, despierta, vamos, te estoy esperando! –murmuró él.

Como si hubiera escuchado sus palabras, Sophia finalmente abrió los ojos. Una débil sonrisa se dibujó

lentamente en su rostro mientras Rex la abrazaba con fuerza.

– Te amo, ballenita.

–¿Esta vez también me amarraste? –susurró ella y Rex rio emocionado porque eso significaba que

Sophi estaba de vuelta y todo iba a estar bien, ahora estaba seguro.

Enseguida entraron los médicos a revisarla y Sophi comenzó a despabilarse. Se sentía aturdida y un

poco confundida, pero no dejaba de sonreír suavemente cada vez que miraba a Rex y a sus padres,

que enseguida se metieron en la habitación.

Poco después el doctor declaró que podía ser trasladada a una habitación normal y Rex aprovechó

para darse una ducha en el pequeño baño privado.

Nathan y Meli estaban con ella cuando tocaron a la puerta y el agente del FBI a cargo del caso pidió

permiso para entrar. Nathan se lo presentó a Sophia y el hombre fue breve como el médico le había

indicado.

–Edgar Hudson está en custodia desde que encontramos a la señorita King – les explicó––.

Hasta ahora levantamos un cargo por secuestro, pero necesitamos que la señorita lo confirme.

–Sí, él lo hizo —respondió Sophia–. Él me llevó de mi casa el día de mi boda, y no solo él, su abogado

supo todo el tiempo que estaba siendo secuestrada, y no hizo nada al respecto.

El agente le hizo más preguntas sobre aquel día y fue difícil para Sophia responderlas, porque eso

involucraba declarar que su padre biológico se la había llevado y que Nathan no era su papá.

El hombre anotó todo lo que dijo Sophia y cuando terminó, Nathan lo acompañó afuera.

– Sé que Edgar Hudson no es un hombre cualquiera en esta ciudad –le dijo Nathan al agente –. Pero

no pueden dejar que se libre de esto.

– No se preocupe, señor King –le aseguró el agente – Haremos todo lo que esté en nuestras manos

para que pague por lo que hizo. Para empezar el testimonio de su hija hará toda la diferencia. Por

muchas conexiones que tenga, el secuestro de una mujer embarazada es un delito grave, así que no

será fácil para ellos salir impunes.

Nathan le agradeció y luego volvió a la habitación con su hija. La prioridad era mantener a Sophia

tranquila y feliz.

–Meli, cielo, ¿pueden darme un momento con ella? – pidió Rex y tanto Nathan como su esposa

entendieron por qué debían hablar a solas.

Apenas salieron Sophia se movió y le hizo espacio a Rex para que se acostara junto a ella y la

abrazara.

– Cuando recibí todos esos mensajes tuyos en mi teléfono, pensé que no habías entendido lo que

pasaba, creí que de verdad habías pensado que te abandoné – murmuró Sophi.

– No, ballenita, claro que no –murmuró él besándola—. Después de todo lo que ha pasado entre

nosotros, no hay nada en el mundo en que confíe más que en nuestro amor, Sophi. Tu amor ha sido el

más fuerte y el más perseverante durante años, me has perdonado cosas peores que esta y además...

no hay nada que tú y yo no podamos resolver, por eso estoy seguro de que jamás me abandonarías.

Es más probable que me ahorques a que me dejes.

Sophi rio mientras lo besaba con suavidad.

–Me alegra que te sientas advertido –murmuró.

–Oye, hay algo más que quiero contarte –dijo él con seriedad y Sophi frunció el ceño.

–¿Qué pasa?

Rex sonrió y acarició su rostro con dulzura.

–Ya le cumplimos el sueño a tu papá. Estamos embarazados.

Sophia se quedó sin habla y luego, lentamente, una sonrisa radiante se dibujó en su rostro. –¿En

serio? – preguntó finalmente, y él asintió —– ¿Estás seguro?

–Sí, mi amor, estás embarazada. Nuestro nene o nuestra nena llegará en unos meses –dijo él

mientras la besaba y acariciaba su vientre con amor.

–¡Dios, qué emoción! –susurró ella enternecida –. ¡Papá debe estar como loco!

–Sí, aunque con el susto no ha tenido mucho tiempo de volverse loco de alegría.

Sophi suspiró con tristeza.

—Creo que tengo que hablar con él, contarle...

– Él lo sabe. Quiero decir... ya lo sabía desde hacía mucho – dijo Rex y Sophi lo miró asombrada.

–¿De verdad?

–Sí, dice que desde que nació tu hermana se dio cuenta. Pero a él realmente nunca le importó, Sophi.

– Lo sé, de la misma manera que a mí tampoco me importa–replicó Sophia–. Él es mi papá y nada va

a cambiar eso jamás.

–Bien, entonces me das unos cuantos besitos más y lo dejo pasar para que hables con él.

Rex se acurrucó con ella haciéndole todos los mimos del mundo, abrazándola y depositando un tierno

beso en su cabello.

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– Te amo, Sophi. No hay forma de que pueda imaginar a nadie más como la madre de mi hijo. Te

amo.

–Y yo a ti, mi amor.

Un rato después, cuando Rex se dio cuenta de que ella ya estaba más calmada, salió y le dijo a

Nathan que Sophia quería verlo.

Nathan entró a ver a su hija y lo primero que vio fue un par de brazos abiertos y un puchero, así que

corrió a abrazarla.

–¡Sí viniste a salvarme! –sollozó emocionada y Nathan la acunó como si fuera pequeña todavía.

– ¡Pero claro que sí! ¿Cómo iba a permitir que a mi princesa hermosa la rescatara el Shrek ese del

que te enamoraste? –se rio Nathan.

–Lamento mucho todo lo que pasó – dijo Sophi limpiándose las lágrimas.

–Y yo lamento mucho no haberte dicho la verdad desde hace tiempo, pero si soy sincero... nada de

eso importó jamás para mí.

–Lo sé... pero de cierta forma creo que también lo sabía. Marilyn me lo dijo, cuando todavía era una

niña, cuando secuestró a James... y yo no quise creerle – murmuro ella con tristeza.

–Es que nada de eso importa, Sophi. Tú siempre serás mi hija consentida, la reina del Grupo KHC, y

el pegamento que une a esta familia. No hay prueba de sangre que pueda cambiar eso jamás.

¿Entendido?

–Sí ––sonrió ella–. Pero ya no voy a ser la más consentida... ¡porque vas a ser abuelo!

A Nathan le brillaron los ojos.

–¡Solo estoy esperando a que me des permiso para ponerme a gritar!

¡Y vaya que Nathan gritó y celebró! A partir de ese momento solo hablaron de cosas buenas y un par

de días después el doctor declaró que Sophia ya podía irse a casa.

Por desgracia no pudiera hacerlo sin antes pasar por el tribunal a declarar.

Sophia entró nerviosa en la sala, con el corazón latiéndole acelerado en el pecho mientras tomaba

asiento. Sabía que no solo testificaría contra el hombre que la había secuestrado sino contra un

hombre que lamentablemente era igual a Marilyn.

A pesar de que el juez y los abogados se mostraron respetuosos y amables en todo momento, aquella

fue una experiencia aterradora para ella, pero Rex y sus padres estuvieron a su lado apoyándola

siempre. Al final consiguieron que el juez dictara sentencia por más de una década de prisión para

Edgar Hudson y otros cinco años ara su abogado por complicidad.

Regresaron a casa y con el paso de las semanas, Sophia empezó a recuperarse lentamente del

trauma de su secuestro. Todavía tenía pesadillas sobre Edgar, pero sabía que aquel hombre no podría

volver a lastimarla.

Finalmente un día, mientras estaba acurrucada en los brazos de Rex, él la miró con ternura y le dijo:

– Sophi, mi amor, sé que esto va a parecerte una locura, pero... ¿y si nos casamos hoy?

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