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La Novia Equivocada Novela de Day Torres

Capítulo 197
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ATRACCIÓN PELIGROSA. CAPÍTULO 46. Te dispararé

Nahia no se sorprendió de que aquel lugar pareciera más un bunker de guerra que un hogar. La casa

era enorme, pero la decoración era minimalista, sin un solo toque de color, y ella sabía que eso no era

solo porque Aaron fuera un hombre práctico, sino porque no se sentía a gusto allí.

-¿Cuánto tiempo has estado quedándote aquí? -preguntó mientras entraban a la habitación principal y

él se encogió de hombros.

-Algunas semanas… desde que acepté visitar a Kyle -murmuró Aaron-. ¡Pero no te he molestado! -

¡Pero me vigilas! -exclamó ella molesta.

-¡No puedes culparme por sentir curiosidad! -replicó Aaron–¡Tú… eres alguien importante para mí! ¡Ya

es difícil no estar contigo, pero estar a una calle de distancia y tampoco verte…!–respiró pesadamente

– Dime que tú no lo harías, que no te daría curiosidad.

Nahia apretó los dientes y se acercó al rifle que estaba cerca de la ventana.

-Oye ¿qué haces? -la increpó Aaron mientras ella le sacaba la mirilla telescópica al arma.

-Ver si me da curiosidad a mí también rezongó ella echándola en su bolso pero luego lo dejó sobre la

cama y se acercó a él- ¿Te duele mucho?

Aaron negó, pero por la forma en que se sostenía el brazo, ella no se tragó esa negativa.

-Déjame ver.

-No hace falta…

-¡Déjame ver, Aaron o te juro que estoy llamando a una ambulancia ahora mismo! -le gruñó ella y

Aaron le mostró el brazo.

Estaba abollado por muchas partes y los dedos se movían solos, como si se hubieran desconectado

de las órdenes.

-¿Puedes cambiarlo? -le preguntó ella.

-La pieza externa sí, tengo varias de repuesto -murmuró él -. La pieza interna no, solo espero que no

se haya dañado.

Nahia suspiró, ella esperaba lo mismo.

-¿Podemos cambiarlo nosotros o hay que llamar a tu hermano? -lo interrogó.

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-Podemos cambiarlo nosotros -accedió él-. Dentro del closet hay una maleta negra metálica. Tráela.

Nahia se apresuró y no se quejó de lo mucho que pesaba. La abrió sobre la cama y vio un brazo

exactamente igual que el que llevaba Aaron, pero nuevo y brillante, de color negro.

-¿Y ahora qué?

Aaron tanteó en el antebrazo, cercano a su codo y presionó un poco hasta que un pequeño panel se

deslizó con un movimiento rápido que lo hizo quejarse.

-¿Estás bien? -dijo ella ayudándolo.

-Sí, solo hay que meter un código -murmuró él y Nahia lo miró interrogante. Siete, dos, seis, cero.

Ella ingresó los números en la diminuta pantalla táctil y al siguiente segundo la capa exterior del brazo

se desprendió como un caparazón.

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Nahia se quedó impresionada porque la capa interna parecía realmente incrustada en su piel.

-¿No te duele? -preguntó con curiosidad.

-Las primeras semanas sí, pero luego el cuerpo se acostumbra -murmuró él.

-Tienes sangre en algunas partes -dijo ella con preocupación-. Creo que te desgarraste la piel un

poco.

-Bueno, vamos a rezar porque no haya habido mucho daño en esa placa interna -suspiró él mientras

Nahia lo limpiaba con una pequeña toalla húmeda.

-¿Cómo sabremos si hay daño?

-Pues cuando coloques el nuevo -sentenció Aaron mirando el brazo que había en la maleta.

Nahia lo tomó y miró aquellas pequeñas heridas sobre su piel.

-Si no funciona… si se dañó la placa base… ¿tendrían que operarte de nuevo? ¿Cortar más arriba en

tu antebrazo? -murmuró con los ojos húmedos pero él no le dio importancia.

-Soy bueno para aguantar el dolor, y una niña está viva. Eso es todo lo que importa -replicó. Además

vamos a pensar en positivo, solo… ponlo y veamos qué pasa.

Nahia asintió y colocó el brazo mecánico con cuidado. La pieza encajó perfectamente en la parte

superior del antebrazo de Aaron. El ángulo era exactamente igual al del que estaba desmontando,

entonces lo ajustó hasta que escuchó cono cientos de diminutas piezas se juntaban.

Cuando el bloqueo se activó y un ligero sonido de clic se hizo escuchar Nahia sintió que el corazón le

latía con fuerza.

-Espero que esto funcione -dijo a Aaron en voz baja, pero él solo sonrió.

-Abre tu mano derecha -le pidió y ella abrió la mano en el aire mientras él ponía cuidadosamente cada

dedo suyo sobre cada dedo de Nahia-. Funciona. Si funciona -dijo y ella respiró aliviada.

Quería decirle que no volviera a hacer algo como eso, que no volviera a asustarla de aquella manera,

pero sabía que para Aaron era imposible ver el peligro y no lanzarse de cabeza a él.

-Me tranquiliza saber que estarás bien… -murmuró. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme.

Salió de allí con una mezcla de sentimientos muy extraña vibrándole en el pecho. Odiaba verlo

lastimado, quería quedarse con él, pero sabia que no debía hacerlo. Así que hizo lo que siempre hacía

cuando el corazón se le agitaba de aquella forma, le dedicaba cada segundo de su atención a su

pequeña Julie, y eso conseguía calmarla.

No tenía idea de que al otro lado de la carretera las cosas no se habían quedado tan bien como ella

esperaba. El dolor del brazo era normal, pero además de eso le dolía el hombro y la espalda por el

esfuerzo de sacar el mecanismo. Más de diez veces agarró aquel rifle para hacer lo único que le daba

calma a él: ver a Nahia, pero la mirilla no estaba allí. Tenía otras en las cajas de los demás rifles, pero

no quería forzar el brazo cargando cajas de treinta kilogramos.

Se tomó las pastillas que podía tomarse, pero el dolor era punzante y severo y solo crecía, hasta que

terminó dando vueltas por su habitación como si lo estuvieran persiguiendo. 2

Por suerte, o quizás porque hay gente que está destinada a encontrarse, la curiosidad sí conquistó a

Nahia esa noche, pero cuando dirigió aquella mirilla hacia la propiedad del frente, lo que vio le puso el

corazón en la boca. Corrió escaleras abajo y despertó a la muchacha que la ayudaba en la casa y con

la

nena.

-¡Clara, necesito que te quedes con Julie! ¡Voy a salir!

-¿Pasó algo, señora?

-Todo está bien, voy a estar cruzando la calle, en la casa del frente le dijo-. Por favor cuida a Julie.

La muchacha asintió y poco después Nahia estacionaba el auto frente a la camioneta de Aaron. Entró

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a la casa haciendo saltar las alarmas, pero estas se callaron cuando iba a mitad de la escalera. Entró

a la habitación de Aaron y lo vio sentado en la cama, sudoroso y rojo.

-¡Te dije que me llamaras! ¿Por qué diablos no me llamaste? -le espeto Nahia llegando junto a él.

-Te ganó la curiosidad -sonrió Aaron sin muchas ganas y ella le puso una mano en la frente. -

¡Maldición, Robocop! ¡Estás volado de fiebre! -exclamó- ¿Esto es por el brazo?

Aaron negó.

-No hay forma de agarrar una infección tan rápido, solo pasaron unas horas -dijo convencido.

-¿Y si es psicológico? -lo interrogó ella-. ¡Estabas asustado porque se hubiera estropeado tu brazo, no

me lo niegues, te conozco bien!

Aaron respiró profundamente por un momento y luego asintió.

-Sí, sí me asusté, quizás solo sea psicosomático -aceptó con la mirada un poco perdida.

-Pues sea como sea estás volado, deber tener por encima de treinta y ocho grados… ¡y estás

aturdido! –

iy rezongó Nahia-. ¡Maldición! ¡Vamos, Robocop, levántate!

-No hace falta…

-¡Lo que no hace falta es que me repliques, vamos, levántate! -Lo ayudó-. ¡Tú decides, baño o

ambulancia, Aaron!

-Baño -respondió él, entrecerrando los ojos para resistirse a un mareo.

Nahia pasó un brazo bajo su hombro y lo ayudó a levantarse. Lo tomó por la cintura con firmeza y lo

llevó hasta el baño. Luego lo desnudó cuidadosamente, dejándolo solo en bóxer y comenzó a llenar la

tina de agua tibia.

-Ven, solo siéntate aquí, vas a ver cómo te sientes mejor -dijo haciendo que se metiera en el agua y

cuando tocó su espalda lo vio hacer un gesto de dolor. ¿Esto te duele? -le preguntó y él asintió.

Tenía los músculos tensos, como su los estuviera forzando cuando se notaba que estaba

completamente relajado. Quizás por eso el dolor no se le iba.

-Ven, córrete hacia adelante -murmuró y sin importarle que iba en pijama se sentó detrás de él dentro

de la tina y empezó a masajear su espalda con movimientos suaves-. Si le dices a alguien que esto

pasó, te dispararé con el arma de la mirilla que tengo en casa -le advirtió y él sonrió suavemente,

mientras se abandonaba al calor de sus manos. 16

-Sí, señora.