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¿Tuvimos un hijo

Capítulo 2
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La habitación estaba bañada de luces cálidas. El hombre, que estaba sentado en el sillón, tenía

facciones perfectas; su apuesto rostro era el arduo trabajo de los cielos. Llevaba puesto un fino traje a

la medida que acentuaba su fuerte silueta. En ese momento, Elías Palomares puso una mirada fría

mientras resonaba la firme voz de su abuela en su cabeza: «Elías, debes casarte con Anastasia

Torres. Solo la aceptaré a ella y a nadie más como mi nieta dentro de la familia Palomares». Sin

embargo, ahora Elías solo podía pensar en la mujer a la que cautivó en la oscuridad hace varios años.

En aquella noche trascendental, habían adulterado su bebida, dejándolo tan ebrio que lo único que

recordaba era a la mujer sollozando y pidiendo piedad. Cuando todo había terminado, se quitó el reloj

y lo presionó contra su mano, para después desmayarse en la penumbra de la habitación. Habían

pasado cinco años y él seguía buscándola. Apenas la semana pasada se enteró de que vendió el reloj

en un mercado de segunda mano, pero le dieron la noticia muy tarde, ya que su abuela le había

pedido que se casara con otra mujer. Justo entonces, sonó su teléfono una vez más, el cual contestó y

saludo de manera brusca: —¿Qué? —Joven Elías, encontramos a la mujer. Su nombre es Helen

Sarabia y fue quien vendió el reloj. —Mándeme su dirección; iré a visitarla —ordenó Elías con un brillo

de euforia en los ojos. «¡Por fin hallé a la chica misteriosa de aquella noche! Tengo que buscarla, sin

importar qué. Debo compensar lo que le hice aquella noche». Mientras tanto, Helen estaba en

la boutique para mujeres. Hace poco más de un año empezó a hacerse cargo de la boutique, pero el

negocio estaba en descenso continuo; intentó buscar maneras de reunir suficiente dinero para salir del

apuro al intentar pagar la renta. Al final, optó por vender el reloj que tenía y, para su sorpresa, alcanzó

la enorme cantidad de quinientos mil. Para empezar, el reloj no era de ella. Hace cinco años, el

personal de la casa club la contactó y le dijo que encontraron un reloj en la habitación privada,

pidiéndole que después lo recogiera en el departamento de cosas perdidas. Al llegar al club y ver que

era un reloj de diseño para hombres, lo reclamó como su fuera suyo sin pensarlo un segundo. Desde

entonces, lo tuvo en su armario hasta que decidió venderlo la semana pasada en el mercado de

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segunda mano. Antes de venderlo, no esperaba que el reloj valiera mucho, pero eso fue antes de que

le ofrecieran aquella asombrosa cifra. Helen estaba radiante al mirar la cantidad de dinero que tenía

en su cuenta y, con alegría, se dijo a sí misma al pensar: «Supongo que podré vivir con comodidad por

un poco más». En ese momento, se abrió la puerta de su boutique y ella de prisa se levantó para

saludar al cliente. —Bienvenido a… —dijo, pero se detuvo, ya que estaba tan sorprendida que no

pudo decir nada más. —El hombre que entró permaneció parado alto y recto; era más guapo de lo

comprensible y llevaba consigo una nobleza natural. Helen tardó en despertar de su aturdimiento

antes de tartamudear al preguntarle—: ¿E-está buscando a alguien, señor? Su pregunta era válida,

considerando que era la encargada de una boutique para mujer; era imposible que un hombre que

usaba un traje refinado hecho a mano viniera a buscar algún que otro vestido. Parecía alcanzar la

altura de 1.90 metros y su presencia dominante era muy obvia. —¿Helen Sarabia? —preguntó él

mientras entrecerraba los ojos al mirarla, buscando rasgos en su rostro de la mujer de hace cinco

años. —S-sí, soy yo. ¿Y usted es…? —No pudo terminar sus palabras, como si la mirada ardiente del

hombre descontrolara su facultad para hablar. Tras oír su respuesta, el hombre sacó de su bolsillo un

reloj de hombre ante ella y, después, preguntó con una voz grave y retumbante: —¿Ha tenido este

reloj consigo los últimos años? Cuando Helen lo observó, sintió la urgencia de encogerse y, al

pestañear con culpa, balbuceó: —A-así es, el reloj es… mío. —¿Y usted es la mujer del Club Abismal

de hace cinco años? ¿La que estaba en la habitación 808? —la presionó Elías, mirando con atención

a la mujer mientras pensaba sobresaltado: «¿De verdad será la mujer de aquella noche?». Los

motores en la mente de Helen se encendieron al instante. «La habitación 808 de hace cinco años…

¿No fue la habitación en la que Érica y yo le tendimos la trampa a Anastasia? ¿Por qué este hombre

me está preguntando sobre aquel incidente?». —Por supuesto —contestó con franqueza sin pensarlo

tanto—, era yo. —De ahora en adelante, quédese con este reloj y no intente empeñarlo de nuevo. Me

aseguraré de compensarla por lo que pasó aquella noche —dijo mientras le entregó el reloj—. Soy

Elías Palomares. Recuerde mi nombre, ¿sí? Sorprendida, Helen alzó la mirada y pensó: «¿Elías

Palomares? Es decir, ¿el heredero del Corporativo Palomares, el conglomerado principal?». —¿U-

usted es Elías Palomares? —preguntó tan sobresaltada que podría colapsar. —Señorita Sarabia, esta

es la tarjeta de presentación del joven —interrumpió el hombre al lado de Elías, dándosela—. Puede

buscarlo si necesita ayuda en cualquier momento. Con la mano temblorosa, ella tomó la tarjeta y,

cuando vio el sorprendente nombre en relieve con el pedazo de papel dorado, casi se le salía el

corazón del pecho. «Entonces, ¿el hombre con el que se acostó Anastasia hace cinco años no era un

acompañante masculino que le contratamos, sino que es este guapo espécimen que resulta ser el

heredero de la fortuna de la familia Palomares?». Al darse cuenta de esto, Helen tomó a Elías del

brazo y forzó que le cayeran lágrimas en la cara al ponerse histérica. —Tiene que hacerse

responsable, Elías. ¿Acaso sabe cuánto lo herida y traumatizada que quedé después de aquella

noche? Con esto, bajó la mirada y siguió con sus lágrimas de cocodrilo, sollozando de manera

miserable como si fuera a la que violaron hace cinco años. Solo tenía un objetivo en mente: ponerse

en los zapatos de Anastasia y asumir el rol de víctima debido a esa noche funesta. Estaba

determinada por que Elías se hiciera responsable para que ella pudiera sacarle más beneficio a la

situación. En definitiva, esperaba casarse con el hombre y convertirse en la señora de Palomares. —

No se preocupe; le prometo que me haré responsable —contestó con seriedad el hombre, con un tono

de firme y reconfortante en su rasposa voz. —Señorita Sarabia, el joven Elías preparó un chalé para

usted y puede mudarse cuando quiera. Él se encargará de todas sus necesidades a partir de ahora —

señaló con amabilidad el asistente personal de Elías, Ray Osorio. A Helen le brillaron los ojos; estaba

tan contenta que podría desmayarse. «¡Me espera un mundo de riqueza y glamur!», pensó. —Hay

algunas cosas de las que debo encargarme, así que debo irme —dijo Elías tras mirar con brevedad a

Helen antes de darse la vuelta. Cuando se cerró la puerta detrás de él, Helen sostuvo el reloj con

mucha fuerza; estaba tan abrumada por este inesperado giro que podría llorar. —¡Voy a ser rica!

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¡Rica! Mientras celebraba su golpe de suerte, se percató de que tenía el deseo de que Anastasia

hubiera muerto en los últimos cinco años para que no se apareciera de la nada como un animal

atropellado. En su discreto y lujoso vehículo, Elías estaba sentado en el asiento trasero, con los ojos

cerrados, pensando: «¿En serio es Helen la mujer de hace cinco años? ¿Por qué es tan distinta? ¿O

será que cambió en este tiempo?». Los rayos anaranjados de la puesta del sol brillaban en la

ventana del coche y hacían juego con las esculpidas facciones del hombre. Se veía tan apuesto que

era imposible creer que no fuera una valiosa pieza de arte que pertenecía a un museo; no había quién

pudiera copiarle su hermosa apariencia. Él era el verdadero sucesor del Grupo Palomares; apenas

hace cinco años había tomado las riendas y llevó al conglomerado a mayores alturas, tanto que le

dieron el primer lugar entre las principales empresas del mundo. Él experimentó su primera y única

caída de su vida esa fatídica noche de hace cinco años. Uno de sus rivales le había puesto droga a su

bebida con la esperanza de arruinarle su reputación. Elías se salvó al lanzarse a esa habitación

privada, pero justo cuando el efecto de la droga estaba al máximo, una mujer cualquiera entró a toda

prisa y lo libró de su aprieto. Desde entonces, el hecho de haber violado y de arrebatarle la inocencia

a la chica le pesaba en la consciencia. Estaba seguro de que ella había sido casta hasta esa noche,

porque, al despertarse, vio manchas de sangre en el sofá bajo la luz de la habitación después del acto.

Al pensar en el desorden que había allí después de su hazaña, dejó de dudar en la identidad y de su

impresión de Helen, pensando: «Tengo que hacerme responsable de lo que le hice». Mientras tanto,

Anastasia estaba en su departamento en algún lugar del extranjero, diciendo por el teléfono: —

Entendido. Dame tres días, máximo, para regresar al país y me prepararé para la competencia. —

Mami, ¿vamos a regresar? —preguntó una pequeña figura que se le acercó a su lado. Llevaba puesto

una camisa azul a cuadros y un par de pantalones cortos de mezclilla. Sus facciones faciales parecían

esculpidas, aunque infantiles. Tenía cuatro años más o menos, pero sus movimientos tenían

inconfundible gracia y elegancia. Anastasia sonrió y asintió. —¿Te gustaría volver conmigo?