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¿Tuvimos un hijo

Capítulo 209
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Al fin y al cabo, su hijo tenía un bello rostro. —¿Por qué se parece a él y no a mí? —murmuró

Anastasia, desconsolada. ¿Por qué su hijo tenía que verse como Elías? Mientras tanto, el pobre niño

no tenía idea de que su madre estaba quejándose de él. Después de dejar a su hijo en la escuela la

mañana siguiente, Anastasia no regresó a la empresa, sino que fue a la tienda. En cuanto se bajó del

coche, vio una fila de coches lujosos estacionados delante del Estudio de Joyería Burgués. Los

estudios de al lado no tenían clientela, mientras que la tienda principal de Burgués estaba repleta de

clientes por el momento; además, cada cliente salió cargando una bolsa. Anastasia quiso buscar a la

gerente, la señorita Cazares, quien estaba ocupada, por lo que Anastasia no la pudo encontrar. De

hecho, estaba ocupada transfiriendo los productos, ¡hasta le faltaban piezas de lujo! Por lo tanto,

Anastasia regresó a la empresa. Cuando llegó, Anastasia vio sentada en la recepción a Érica, quien

puso una expresión fría y fingió no conocerla. Con esto, Anastasia caminó a paso lento hacia el

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elevador. Al entrar a su oficina, Fernanda se le acercó de prisa. —¡Excelente trabajo, Anastasia! ¡Tus

familiares y amigos te han apoyado mucho! —la alabó con un susurró, haciendo una pequeña

reverencia. —¿Qué? —Anastasia no entendía lo que quiso decir. —¡Me enteré de que la tienda que

elegiste va muy bien! Aunque solo han pasado unos días, ¡nuestras ventas superaron los dos

millones! Anastasia se sorprendió un poco, así que se mordió el labio y negó: —Pero no son mis

amigos ni familiares. —El equipo de Alexis solo acumuló de cuatro a cinco millones en ventas. ¡Estoy

segura de que ahora obtendrás el puesto de director adjunto! —P-pues me estoy esforzando, no es

que esté buscando ese puesto ni nada —contestó Anastasia sin poderlo evitar, porque ¡lo único que

quería era el aumento de sueldo! Si esa posición no viniera con un aumento, ni siquiera se habría

postulado. Luego de que se fuera Fernanda, Alexis empujó la puerta y entró en la oficina con una cara

triste, diciendo de manera burlesca: —Anastasia, ¿qué no acordamos en no depender de nuestros

conocidos? ¿Por qué lo hiciste? La otra pestañeó ante su pregunta, pensando: «¿Acaso ella no está

haciendo lo mismo? ¿Cómo se atreve a acusarme?». —No dependo de ellos; solo son clientes

normales. —¡Ja! ¿A quién engañas? Algunos de los clientes que fueron son grandes accionistas del

Grupo Palomares; otros, directivos de alto rango. ¿Acaso creíste que no me enteraría de que usaste

tus conexiones para usar a la familia y amigos del presidente Palomares? Al instante, a Anastasia le

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estalló, fijando la mirada en Alexis por unos cuantos seguidos y quedándose sin palabras. Ahora, por

fin, comprendió por qué hubo un gran número de clientes en su tienda gastando millones. «¿Todos

vinieron por Elías?», se preguntó. —Prometiste que sería una competencia justa, Anastasia. ¿No

tienes miedo de que se rían de ti por tramposa? —Si a esto le llamas trampa, ¿por qué puedes hacerlo

tú y no yo? —contestó. —Tú… —Alexis resopló al sonrojarse. Anastasia no molestó en seguir

discutiendo con ella y, Como Alexis tampoco le tenía aprecio, se levantó y le dijo: —Tengo que irme a

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trabajar. Por favor, vete. —¡Te arrepentirás de esto! —exclamó Alexis antes de, furiosa, salir por la

puerta. En cuanto marchó, Anastasia puso los brazos en la cabeza, frustrada. ¡¿Por qué la estaba

ayudando Elías, si no quería deberle ningún favor?! Anastasia marcó el número de la oficina de Elías,

pero nadie contestó. En lugar de rendirse, lo llamó a su número personal, por lo que contestó la

llamada esta vez. —¿Hola? —sonó su voz baritonal y ronca, tan encantadora como siempre. Sin

embargo, no alteró el tono descortés de Anastasia. —¡¿Es usted quien está me ayudó a atraer clientes

a mi tienda, Elías Palomares?! —lo reprendió con frustración. —¿Crees que tengo tanto tiempo libre?

—le respondió con otra pregunta. —No me mienta. Algunos reconocieron a los clientes que fueron;

dijeron que eran accionistas y directivos de su empresa —dijo ella, exponiéndolo sin piedad. —Esa es

su elección —murmuró con indiferencia tras quedarse callado por un rato—. No tiene nada que ver

conmigo. Era obvio que Elías estaba mintiendo, pues no quería admitir que la ayudó. Una vez más,

Anastasia se quedó sin palabras.

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