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¿Tuvimos un hijo

Capítulo 211
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Las dos mujeres estaban conversando con mucho ánimo, sin darse cuenta de que el jefe estaba justo

detrás del vidrio. —¿Es cierto que la señorita Torres trabajó como anfitriona hace cinco años?

Escuchar esa pregunta hizo que Elías se detuviera en seco y frunciera el ceño. —¡Claro que es cierto!

¡Érica, de la recepción, es la hermanastra de Anastasia! ¡Ella misma lo dijo! ¡Escuché que Anastasia

no podía pagar sus estudios en el extranjero, así que iba al club a trabajar como anfitriona! Aunque, al

final, su padre la echó de casa. —En ese caso, ¿con quién tuvo su hijo? —¿Cómo no iba a quedar

embarazada al vender su cuerpo? Si tienes mala suerte y te encuentras con un cliente con fetiches

raros, es fácil que te pase. Tras oír esto, Elías sintió que algo le había atravesado el pecho y su mirada

se enfureció, el aura que lo rodeaba enfriándose. «¿Ese es el pasado del que Anastasia nunca me

quiso hablar? ¿Era la historia del nacimiento de Alejandro?», pensó, pues cada vez que hablaban de

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su pasado, ella hablaba con cautela, como si quisiera ocultar gran parte de este. —¿De qué

departamento son ustedes dos? Después de comer, se largan de la empresa. —A Elías le disgustaban

las personas que chismeaban a horas del trabajo. Además, estas mujeres se cruzaron con él cuando

estaba de mal ánimo. —¡Ah!… ¡Presidente Palomares! —Las dos se cubrieron las bocas y parecía

que sus almas salieron de sus cuerpos. Sin embargo, antes de que pudieran recobrar los sentidos,

Elías se fue. Ellas se voltearon a ver y sintieron que de repente se iban a desmayar por lo que

acababa de pasar. ¿De verdad las iban a despedir así? Mientras tanto, la puerta de cristal de la oficina

de Anastasia bloqueaba todo el caos del exterior. Ella, inmune ante todas las distracciones, sostuvo su

iPad con una mano; con la otra, tomó su pluma, dibujando varios diseños según su inspiración. Justo

cuando estaba muy concentrada, alguien empujó la puerta y la interrumpió, cosa que odiaba. Al alzar

la cabeza, fulminó con la mirada al hombre con cara triste que entró sin permiso. Tras hacer el iPad a

un lado, le preguntó: —¿Pasa algo? Elías se acercó a su escritorio, apoyó ambas manos en la mesa

mientras fijaba la mirada en sus ojos y le exigió: —Cuéntame la verdad de tu pasado, Anastasia. No

importa cómo haya sido, te prometo que no te juzgaré. Al pensar que él enloqueció, Anastasia cruzó

los brazos, se reclinó contra la silla y preguntó: —¿Qué parte de mi pasado debo confesarle? La

expresión de Elías cambió un poco, pues quería que dejara atrás el pasado y saliera de la oscuridad;

solo así podría afrontar el futuro con positividad, aceptarlo y estar con él. Elías tenía que ayudarla a

salir de su miseria; no le importaban sus acciones pasadas ni si había tenido relaciones con otros

hombres, dispuesto a olvidarse de todo. Para él, lo único que importaba era su futuro juntos. —Me

enteré de que trabajabas como anfitriona hace cinco años, para financiar tus estudios en el extranjero,

y que siempre entrabas y salías del club para atender a los clientes. También supe que tuviste a

Alejandro por esos tiempos, ¿es cierto? Hasta tu papá te sacó de la casa. ¿Todo esto es verdad? —le

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cuestionó todo de un tirón. La mente de Anastasia estaba zumbando de manera constante: «Aparte de

Érica, ¿quién más podría crear una historia tan cruel». Anastasia se enfureció antes de golpear el

escritorio con ambas manos, sobre saltando a Elías, quien la miró sorprendido, sin saber qué le

pasaba. —¡Érica Torres, eres una zorra! —Aunque era rara la vez en que Anastasia insultaba a

alguien, en ese momento, ya no se molestó en ser educada, pues solo quería darle una lección a

Érica. Por otro lado, Elías abrió los ojos al verla. Ella se levantó y se salió por la puerta, dejándolo allí

solo y confundido. Una vez que el elevador llegó al primer piso, Anastasia se dirigió a la recepción con

un aura intimidante. Érica estaba jugando con su teléfono, pero se sintió culpable en cuanto vio a

Anastasia acercándose. Para cuando se le puso adelante, Érica se protegió la cabeza con los brazos y

le advirtió: —¡Adelante, pégame si te atreves! ¡Se lo contaré a papá! —Tienes dos opciones, Érica

Torres: uno, dejas la empresa y te vas a casa; dos, ¡te haces responsable por tus palabras y me dejas

golpearte la cara! —¿Tienes miedo de que te exponga? ¿Qué no es cierto que te acostaste con un

anfitrión hace cinco años? —exclamó.