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¿Tuvimos un hijo

Capítulo 217
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—Está bien, es un trato. Si te alejas de Elías, no le contaré a nadie lo que pasó entonces. Si no, tu hijo

se enterará de cómo llegó a existir. Incluso si llamas a la policía y haces que arresten al gigolo, tendrá

condena en cárcel y, así, ese será el padre de tu hijo. ¡Ja, ja! —se rio Helen si poder evitarlo. —

¡Lárgate de aquí! —le ordenó Anastasia. —Está bien, de todos modos, se acercaba la hora de mi cita

con Elías. Será mejor que no nos molestes; te reto a que nos arruines nuestra noche con trabajo duro.

Después de todo, estaremos muy ocupados y estoy segura de que conoces el buen vigor de Elías. —

Helen mintió para provocar a Anastasia, cosa que logró. Con eso, se retiró con una sonrisa de

satisfacción. En la oficina, tras debilitarse, Anastasia se desplomó en su silla y su cuerpo le temblaba

sin control mientras sus emociones se agitaban dentro de ella, sintiéndose fatal. Helen la conocía bien

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y sabía dónde golpearla; al fin y al cabo, su madre y su hijo eran las personas a las que más quería.

Por otra parte, aunque Elías no era alguien para ella, le hizo daño. Pensó en que era un imbécil por

salir con Helen, cuando la besaba con el mismo par de labios con los que besaba a la otra. Incluso

podía imaginarse lo que ese hombre y Helen estarían haciendo en cama; con eso bastó para

sofocarse. Entonces, Anastasia decidió que se apartaría de Elías y que no lo dejaría que se le

acercara más. Mientras tanto, cuando Helen volvió de prisa a casa, recibió una llamada de Daniel; por

desgracia, sus esperanzas fueron en vano, ya que ¡pensó que Elías la recogería! Después de hacerlo,

Daniel se le quedaba mirando, pero no se atrevía a verla a los ojos. Era razonable que le tuviera

miedo tras lo que pasó aquella ocasión. Aun así, se sentía mal por la mujer después de haberla

besado y porque, a ella, no le quedaba más que esperar que el presidente Palomares la visitara en

esa mansión lujosa, como un ave enjaulada que no quiere ser libre, esperando a que su dueño le

muestre amor. —Daniel, ¿soy bonita? —preguntó Helen de la nada. Él, por dentro, se puso nervioso,

pues le aterraba cuando lo llamaban por su nombre en un tono coqueto. —Se ve deslumbrante,

señorita Sarabia —la halagó. —¿Crees que le gustaré al presidente Palomares? —Sí, en definitiva. —

Daniel sabía que debía mentirle. Trabajaba de cerca con Elías y podía descifrar que a él le gustaba la

diseñadora de Burgués, no Helen. A pesar de la mentira, logró animarla. Con eso, Helen sacó su

espejo compacto para retocar su maquillaje, satisfecha con su aspecto de esa noche. De hecho,

esperaba que Elías la llevara a su casa para poder convertirse en la mujer que lo sacara de su

soledad. Mientras tanto, el coche continuó su camino hacia el restaurante de lujo. Cuando ella llegó,

Elías ya la estaba esperando dentro de la sala privada. En cuanto abrió la puerta, su corazón le latió

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con locura, pues él podría captar su atención y perderse cuando la viera. —Elías —lo llamó con cariño

al sentarse frente a él, quien agachó la cabeza como respuesta y le pidió a un camarero que tomara

su orden. Como él era un caballero, dejó que Helen decidiera lo que comerían esa noche; sin

embargo, tal como un pez desesperado por agua, consideró que la gentileza de Elías se debía a su

amor por ella, creyendo que sentía algo. Por desgracia, la vampiresa, llamada Anastasia, lo había

engatusado. —Terminé de pedir nuestros platillos, Elías. ¿Por qué ni ves si hay algo que quieras

pedir? —Estoy bien, ¡que solo traigan los platillos! Elías no había venido a comer, sino que vino a ver

qué información podía sacarle a Helen sobre Anastasia. Se quedaron en silencio por un rato, mientras

Helen se puso inquieta. Ella trataba de llamarle la atención, pero él miraba hacia la ventana o miraba

la mesa, como si estuviera preocupado. Al final, no le quedó más remedio que hablar con una voz

coqueta: —Elías, ¡hablemos de algo! —Tengo que preguntarte algo, Helen —dijo, alzando la mirada—,

y espero que me digas la verdad.